Estoy triste... ¿tengo depresión?














Es bastante habitual que muchas personas interpreten los estados emocionales de tristeza como si se tratase del padecimiento de una depresión, hasta tal punto que según el lenguaje coloquial “estar deprimido” se considera algo tan normal como sentirse alegre o estar enfadado. Pero lo cierto es que no es así, y sufrir una depresión implica mucho mas que simplemente sentirse triste.

Tristeza versus depresión.

¿Qué es la tristeza entonces? La tristeza es una de las emociones primarias junto con el miedo, la alegría, y la ira entre otras. No debemos olvidar que las personas somos seres emocionales, y que en nuestro repertorio comportamental existe una variedad de emociones que no son otra cosa que respuestas a las diferentes circunstancias y estímulos que se nos presentan en el día a día. Estamos felices y contentos/as cuando conseguimos algo deseado, cuando estamos rodeados de buena compañía, cuando nos sentimos seguros/as; a veces nos enfadamos si algo no sucede según nuestras expectativas, si alguien utiliza un objeto de nuestra pertenencia sin permiso, cuando nos insultan... Sentimos miedo cuando la situación laboral es inestable, cuando caminamos por una calle oscura y tememos que alguien nos asalte, cuando algo amenaza nuestra seguridad... Las personas sentimos tristeza como respuesta a una situación o un estímulo determinado, como por ejemplo cuando nuestras expectativas no se cumplen, cuando perdemos a alguien muy querido, cuando nos sentimos vacíos/as, y en general cuando las circunstancias de la vida conllevan más dolor que felicidad. La expresión de la tristeza suele exteriorizarse a través de un estado de ánimo decaído, rostro abatido, no tener ganas de comer, episodios de llanto...


Pero, ¿no es depresión esto entonces? Claramente no. La tristeza es un estado emocional temporal y no patológico, es decir, no es un trastorno psicológico; como hemos visto anteriormente, la tristeza es una emoción normal que surge como consecuencia de haber vivido un acontecimiento vital o una circunstancia cotidiana dolorosa. Ahora bien, el estado de ánimo decaído sí que se considera uno de los síntomas que aparecen en un cuadro de depresión. La depresión sí es un trastorno psicológico, caracterizado por un estado de ánimo bajo durante gran parte del día, sensación de vacío, irritabilidad (sobre todo en niños/as y adolescentes), desinterés, problemas para concentrarse, dificultades de sueño, sentimiento de culpa o de inutilidad, disminución de la capacidad de disfrutar de las cosas, falta acusada de apetito... En ocasiones de observa una pérdida significativa de peso, agitación, fatiga, y en los casos más graves pueden aparecer ideas delirantes, pensamientos recurrentes de muerte e ideación suicida. Toda esta sintomatología provoca un notable impacto negativo en la vida familiar, social y laboral de quien padece una depresión, ya que suele persistir en el tiempo durante meses.

¿Por qué se confunden tristeza y depresión?

Parecen evidentes las diferencias entre sentirse triste y sufrir una depresión. ¿Por qué se confunden entonces? Quizá haya que analizar la evolución de nuestra sociedad en cuanto a la capacidad de los individuos para tolerar ciertas emociones. Desde hace unos años estar triste es algo insoportable, tanto para la persona que manifiesta esa emoción como para quienes le rodean, y por lo tanto hay que hacer algo al respecto. Esto es un error; la tristeza, como todas las demás emociones, es necesaria y además facilita la adaptación al medio en el que nos movemos. Necesitamos responder emocionalmente a lo que ocurre a nuestro alrededor para orientar nuestros comportamientos. De igual forma que el miedo nos prepara fisiológicamente para emitir una respuesta de enfrentamiento o huida ante un peligro, la tristeza nos predispone a reflexionar sobre lo que nos ha ocurrido y cómo debemos afrontarlo. Por otro lado, desde un punto de vista social la tristeza suele funcionar como una petición de ayuda hacia los demás, de manera que las personas que están a nuestro alrededor son conscientes de que nos sentimos abatidos/as y nos facilitan su atención y apoyo.

Quizá la sociedad actual haya olvidado que las emociones son necesarias, y que algunas de ellas, como la tristeza, no deben intentar evitarse, negarse o reprimirse; el efecto de esta actitud puede ser mucho más devastador que dejar fluir el abatimiento cuando ha ocurrido algo que lo ha provocado. Vivimos rodeados de estereotipos que nos “obligan” a ser felices y tener éxito a toda costa, que nos hacen creer que las metas se consiguen apenas sin esfuerzo, que pretenden que salgamos de situaciones negativas y/o dolorosas simplemente con mensajes buenistas y positivos... Y lo cierto es que no es así; el transcurso vital y la convivencia social son ámbitos complejos, y los objetivos vitales requieren muchas veces un esfuerzo considerable. Y de la misma forma que existen muchos motivos para ser felices, ocurren también eventos dolorosos y pérdidas que nos afectan, porque la felicidad no es un continuo de vivencias alegres y positivas, sino un camino con tramos para sentirnos plenos/as con lo que hacemos y alcanzamos, y otros tramos donde las cosas no salen como deseamos, o suceden acontecimientos que nos duelen; eso sí, en la balanza global ha de haber más alegría que tristeza. El psicólogo norteamericano Carl Whitaker afirmaba que “el potencial de frustración en general es mayor en las personas que viven en las ciudades industrializadas que aquéllos que viven en sociedades primitivas, más sencillas”. En este sentido, existen estudios comparativos en los que se puede comprobar que, efectivamente, las sociedades menos desarrolladas viven de forma más plena.

La tristeza, por lo tanto, no es una emoción patológica que requiera tratamiento farmacológico ni psicoterapia. Es una emoción normal, necesaria, pasajera, que aparece como consecuencia de algunos eventos vitales con los que nos vamos encontrando. Ahora bien, la tristeza puede convertirse en patológica, sobre todo cuando la persona que la siente tiene pocas habilidades personales para gestionarla; en estos casos suele aparecer antes o después una depresión, que sí requerirá de la intervención de un psicólogo o una psicóloga.

Comentarios